viernes, 18 de abril de 2008

Las estrellas del patio

Ronca la madre de Salam al tiempo que el aire agita las cortinas de la habitación, cerca del techo vuelan algunas moscas tardías buscando donde posar las patas y limpiarse las alas. Con las luces de la calle se iluminan los rincones que sirven de guarida a los alacranes, que temerosos del aire que corre, se mantienen escondidos esperando algúna cucaracha. En estas noches la niña Salam escapa de su pequeña cama y sale al patio a contemplar las estrellas; en el limo que cubre el piso de cemento, la pequeña ha trazado un mapa de constelaciones: por aquí está el viejo de la canasta de pan, más arriba se puede ver la bicicleta con la llanta chueca y al perro de patas cortas, pero en el centro del patio están los bailarines, la constelación más grande y que más brilla en el cielo. Cuando esta aparece la niña se deleita e imita los pasos que le han enseñado Joel y Bruno, los mejores bailarines del barrio San José.

-¡Ojalá pudiera bailar con ellos como Cornelia!- suspira Salam mirando el cielo

Y es que con su vestido morado, el de chaquiras, Cornelia parece una princesa africana. Tiene cuerpo de pantera y cabello de ébano. Dice Joel que moviendose al compás de los tambores y las trompetas, la princesa cambia y es un hada que baila por la selva esparciendo alegría y sonrisas. Salam solo la puede ver bailar en las fiestas de mayo, porque aún es pequeña y no puede asistir al salón; si su madre se enterara de lo que ha planeado todo este tiempo, le llenaría las piernas de moretones. Porque la niña quiere escaparse un sábado de paga y escuchar a la orquesta tocar aquella canción tan bonita que pone a todos a bailar, y bailar junto a Cornelia toda la noche y debajo de sus estrellas favoritas: Los bailarines

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