Aparecían después del almuerzo, cuando el mediodía atrae a las moscas sobre las sudorosas nucas de los pasajeros; pero ellos no sudaban, ni atraían moscas. Llegaban con la mirada hundida en sus lecturas: a veces gordos tomos, a veces versiones de bolsillo y empastados rústicos. Instalados en un asiento, o de pié en actitud estoica; callados, quietos, invisibles, inalterables.
¿Quiénes eran? Humanos, eso es seguro. Lectores apasionados y absortos, lo único sabido de ellos eran los hechos visibles y obvios. ¿Cuántos eran? Uno en cada parada, en distintos días; puntuales como jamás lo eran las llegadas y partidas del transporte.¿Cuándo se iban? No se sabe, los últimos camiones pasaban alumbrando sus pálidos rostros, sin hacerles perder la concentración.
Las señoras reprendían a sus hijos si los miraban fijamente, y amenazaban con raptos o supuestos enojos. El mote lo acuñó algún maestro de lenguas, dada la afición a las lecturas de un francés y un norteamericano; y se esparció entre los que frecuentaban las paradas y los parasoles. Un grupo de vándalos se dio a la tarea de marcar asientos y columnas con la frase "Reserbado para Los Combakers".
Sin aparente conmoción siguieron llegando, a mediodía, y desapareciendo por las noches. Con libros nuevos y de segunda mano, con tenis de amarillos chillones y gafas que no se apartaban de la lectura, mudos y sordos, estáticos ante las turbas que iban y venían a cada momento.
-Llegó "Le Comebacker", mira, siempre leyendo... no te preocupes, nunca voltean a verte. 'Stan chidos sus tenis-